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Coaching Psicología

Historia de una tortuga

En este artículo os quisiera presentar una historia en la que se apoya la técnica elaborada por Schneider y Robin (1990) para desarrollar en el niño habilidades de autocontrol de determinadas conductas. HISTORIA DE UNA TORTUGA

En una época muy lejana vivía una pequeña tortuga que tenía 5 años y ya iba al colegio. Se llamaba Tortuguita.

A Tortuguita a veces no le apetecía ir al colegio. Le parecía horrible tener que hacer fichas o escribir. En clase, jamás escuchaba a su maestro y se pasaba el rato haciendo ruidos que volvían locos a todos. Cuando se aburría, y sucedía muy a menudo, interrumpía la clase chillando o diciendo tonterías que hacían reír a todos. En ocasiones, intentaba trabajar, pero lo hacía rápido para terminar cuanto antes y se volvía loca de rabia cuando, al final, le decían que lo había hecho mal. Cuando esto sucedía arrugaba las hojas o las rompía en mil pedazos. Así transcurrían los días.

En casa, también se enfadaba cuando le salía algo mal o tenía que hacer algo que no le apetecía y pataleaba o daba golpes a las cosas.

Cada mañana, camino del colegio, se decía a sí misma que iba a esforzarse en todo lo posible para que no la castigasen en todo el día. Pero, al final, siempre acababa metida en algún lío. Casi siempre se enfurecía con alguien, y se peleaba constantemente, aunque sólo fuera porque creía que el que le había empujado en la cola lo había hecho a propósito. Se encontraba siempre metida en dificultades y empezó a estar harta del colegio. Además, una idea empezó a rondarle por la cabeza: “soy una tortuga muy mala”, se decía. Estuvo pensando esto mucho tiempo sintiéndose mal, muy mal.

Un día, cuando se sentía más triste y desanimada que nunca, se encontró con la tortuga más grande y más vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, tenía por lo menos 150 años y su tamaño era enorme. La tortuga sabia se acercó a Tortuguita y le preguntó qué le ocurría. Tortuguita tardó en responder, impresionada por su tamaño. Pero la vieja tortuga era tan bondadosa como grande y estaba deseosa de ayudarla. “¡Hola!”, dijo con voz profunda y atronadora, “voy a contarte un secreto. ¿No comprendes que llevas sobre ti la solución para los problemas que te agobian?”

Tortuguita no sabía de qué le estaba hablando. “¡Tu caparazón, tu caparazón!”, exclamó la tortuga sabia, “¡para eso tienes una coraza! Puedes esconderte en su interior siempre que te des cuenta de que lo que estás haciendo o diciendo te da rabia. Entonces, cuando te encuentres dentro de tu concha dispondrás de un momento de tranquilidad para estudiar tu problema y buscar la mejor solución. Así que, ya lo sabes, la próxima vez que te irrites, métete inmediatamente en tu caparazón”.

A Tortuguita le gustó la idea y estaba impaciente por probar su nuevo secreto en el colegio.

Al día siguiente ya lo puso en práctica. De repente un niño que estaba cerca de ella accidentalmente le dio un golpe en la espalda. Empezó a sentirse enfadada, furiosa y estuvo a punto de perder sus nervios y devolverle el golpe, cuando, de pronto, recordó lo que la vieja tortuga le había dicho. Encogió las patas y la cabeza, tan rápido como un rayo, y se mantuvo quieta hasta que se le pasó el enfado. Le gustó mucho lo bien que estaba en su concha, donde nadie le podía molestar. Cuando salió, se sorprendió de encontrarse a su maestro sonriéndole, contento y orgulloso de ella. El maestro le dijo que estaba orgulloso de ella porque había sabido controlarse.

Tortuguita continuó aplicando su secreto mágico cada vez que tenía problemas, incluso en el recreo. Lo utilizaba siempre que alguien o algo le molestaba, y también cuando ella quería pegar o discutir con alguien. Cuando logró actuar de esta forma tan diferente, se sintió muy contenta en clase, todo el mundo le admiraba y querían saber cuál era su mágico secreto”. Al final de curso, Tortuguita aprobó todo y jamás le faltaron amigos.

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